¡Hola!
¿Cómo te va? Estoy muy contenta porque hoy conocerás a Wendy, una mamá de la que podemos aprender muchísimo.
Dejo este espacio para que ella te cuente su historia en sus propias palabras:
Mi nombre es Wendy. Cuando me embaracé por primera vez, tenía 18 años. Estudiaba la prepa junto con mi novio, y la noticia fue completamente inesperada.
Las reacción que tuvo mi mamá fue la esperada, pues se enojó un poco con la noticia, pero mi papá tomó la situación de diferente manera, él es más relajado y simplemente me dijo: “esto va a cambiar tu vida y habrá comentarios positivos y negativos, pero tú mantente tranquila, que eso le hará bien al bebé”.
Al poco tiempo llegó Emiliano, convirtiéndonos en unos padres muy jóvenes.
Cuando la situación económica se puso difícil, mi novio decidió dejar la escuela, y como es obvio, sus papás no estuvieron de acuerdo del todo, pero si algo debo admirar en él, es que siempre ha visto primero por nosotros. Años después, supe, por medio de un amigo, que él sentía mucho miedo a enfrentarse a esa etapa, pero lo disimuló muy bien.
En mi caso, decidí continuar con mis estudios, trabajaba los domingos en un puesto de ropa que pertenece a mi familia, pero de igual manera, dejé la escuela poco antes de terminar la carrera.
Tiempo después, a mis 21 años, me enteré que estaba embarazada de nuevo. Aunque no estaba en mis planes, fue una noticia que nos llenó de alegría. Una personita estaba a punto de llegar a nuestras vidas, para enseñarnos a ver la vida desde una perspectiva diferente.
A las 20 semanas supe que el bebé tenía una condición llamada Trisomía, mejor conocida como Síndrome de Down. El doctor me confesó que él ya lo sabía, pero decidió no decirme nada, para evitar que, si yo lo sabía, tomara la decisión de interrumpir el embarazo, así que dejó que se desarrollara.
Cuando supimos la noticia, debo confesar que fue un golpe fuerte, y el miedo se apoderó de mí. ¡Tenía tantas dudas! Pero gracias a la fortaleza y apoyo incondicional de mi novio, me llenó de fuerza y seguridad, lo que le agradezco infinitamente.
Me di cuenta que conocía muy poco sobre esta condición, y a pesar de ya ser mamá, esperas que todo en el embarazo vaya bien, y que tus hijos nazcan fuertes y sanos.
Sin embargo, me di cuenta que si bien, un hijo cambia tu vida, y él, junto a su hermano mayor, llegaron a cambiar completamente nuestro mundo, para transformarlo a uno mejor.
Hoy, me siento orgullosa como madre, de saber que a pesar de las adversidades que ha tenido que enfrentarse nuestro hijo menor, hemos criado a un niño independiente, auténtico, lleno de vida, que se maravilla con las cosas más simples, y que nos transmite esa inocencia y felicidad.
Disfrutamos y festejamos juntos sus logros, porque, aunque ellos requieren de un esfuerzo mayor a otros niños, tiene una dedicación para admirarse. Aún cuando fuimos una pareja muy joven, hemos aprendido y crecido juntos los dos, y como familia.
Nuestra vida cambió, pero lo hizo para convertirnos en mejores personas y en mejores padres. La empatía es uno de nuestros grandes compañeros de vida. Hemos aprendido a ponernos en el lugar de otros, y a pensar, y entender la situación antes de emitir juicios.
La felicidad de estar presentes en la vida de nuestros hijos, y disfrutar cada uno de los momentos es lo más valioso que tenemos. Cada aprendizaje y cada reto que se nos presentan es una gran oportunidad de crecer y de agradecer por cada día vivido.
Es común escuchar que les llaman “personas especiales”, pero estoy convencida que ellos nos convierten a nosotros en especiales, por darnos el privilegio de elegirnos para acompañarlos en el camino de la vida.